«LAS RAICES DEL AIRE» – Centro de Arte Tomás y Valiente, Fuenlabrada (Madrid)

«Los lugares que vivimos, y frecuentamos jamás
desaparecerán completamente, los dejamos sin dejarlos.»
GEORGES PEREC

Creadas desde las raíces del aire, desde ese soplo sutil e intuitivo que nos permite sentir y ser, las esculturas de Carmen Baena invocan, de manera equilibrada y armónica, las formas y funciones básicas de la naturaleza. Nos devuelven a todos esos lugares habitados que, como dice George Perec, nunca abandonamos.

Sus piezas constituyen espacios compactos en los que coexisten materiales de procedencia natural y artificial, y en los que se hace uso de un lenguaje hermético y conciso que le ofrece al artista la hondura psíquica necesaria, para desarrollar una reflexión en torno a la memoria, al tiempo y a los problemas esenciales del hombre. Le aseguran, a pesar de la aparente frialdad y serenidad de los trazos y materiales con los que esculpe y modela, un hecho de capital importancia tanto en el proceso como en el resultado creativo: la primacía de los sentidos y de los instintos más básicos.

De este modo, la fragilidad que aparentan muchas de sus obras se transforma en rotundidad y solidez extraordinarias, más propias del estilo románico, como ya mencionó en el catálogo Arbóreo, Isabel Tejeda, que de ciertas desmesuras actuales.

Carmen Baena plantea su trabajo a partir de un lenguaje de contrastes o paradojas. Estas contradicciones son sistemáticas y significativas.
El primer sistema queda compuesto por dos coordenadas: la recta y la curva. El significado que aporta a cada una de las coordenadas es el de recta o arista como elaboración humana y el de la curva como elaboración de la naturaleza.

El segundo sistema está compuesto por coordenadas de color. Por un lado, aparecen el blanco y el negro, dualidad de nuestra propia existencia. El blanco predominante por el uso del mármol representa la serenidad y la pureza, se opone al negro que representa las sombras, pero también le complementa porque el color negro niega la vida terrena.
Además, en otras ocasiones aparece, se muestra el color castaño de la madera y del poliéster, cuya amplia gama cromática simboliza a la madre tierra, al cuerpo, al hogar, a la intimidad y a la seguridad ideal de la célula familiar. Este tono se enfrenta al dorado que simboliza la energía, el poder, la vida y lo divino.
El equilibrio entre todos estos matices y la perfecta simbiosis produce esculturas llenas de luz, templos cargados de matices.

Pero tal vez el rasgo esencial de la escultura de carmen Baena es el repertorio iconográfico que inunda toda su obra. Se trata de elementos que se repiten de forma insistente y casi obsesiva: la casa, el paisaje y el árbol.

Livela II

La casa: lugar de habitación y de protección.

La casa, aún más que el paisaje, es un estado de ánimo.

Gaston Bachelard

El escultor norteamericano David Hammons nos dice que el arte es una manera de evitar que el mundo exterior nos haga daño, de mantener alejada la energía negativa. En ese mismo sentido las piezas de Carmen Baena dominadas por la figura central de la casa, parecen subrayar esa idea de protección que puede brindarnos el arte. También la concepción de la casa en Gaston Bachelard, pensador leído y analizado por Carmen Baena, está íntimamente ligada a imágenes de protección e integridad psicológica. Para él, además, la casa actúa como un poderoso resorte simbólico y como uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre.

La casa es, por tanto, el lugar sobre el que se sustenta el imaginario de Carmen Baena. Su estructura cerrada y el espacio que la circunda se convierten en una referencia íntima de la autora. El hogar constituye también un símbolo femenino, por lo que es posible una lectura más amplia de este elemento, una lectura articulada según el imaginario femenino y las especificidades de su posición en tanto que sujeto creador. La casa, como diría el poeta simbolista Juan Eduardo Cirlot, se transforma en cuerpo, y Carmen Baena como la diosa prehelénica Hestia se convierte en la abstracción del hogar.

Como consecuencia fundamental de la creación de este lenguaje introspectivo, la acción exterior queda sustituida por la interiorización. Carmen produce casas sin ventanas, sin solución de continuidad entre un exterior y un interior, sin posible contaminación de agentes externos perturbadores.

Sus casas son espacios compactos, breves poemas, legibles y delicados, que al modo de los haikus encierran en un fino horizonte de imágenes la profundidad extraordinaria de la existencia.

Mi casa no tiene puertas,

Ni ventanas,

Tiene amaneceres.

Eduardo Zambrano

Lluvia en el acantilado

El paisaje: la miniaturiazación del todo.

 

Como ocurre en el arte japonés del bonsái,  Carmen recrea la inmensidad del mundo en un pequeño espacio. El proceso de miniaturización, al que paisaje y medios expresivos se ven sometidos, permite a la autora concentrar en una imagen simple temas de profundo significado: tiempo y memoria quedan detenidos en la geometría de la piedra.

El paisaje natural inspira y nos conduce a la serenidad de la meditación. Pero en este paisaje vuelve a aparecer la casa, por lo tanto se trata de una naturaleza intervenida por el hombre. La creación humana intenta equipararse a la creación de la Naturaleza en su calma y serenidad, en su repliegue hacia el interior de las casas rodeadas de roca dura, de las casas ciegas.

En La poética del espacio Bachelard, establece contrastes absolutos que oponen la “inmensa vastedad” de la intemperie al “universo cerrado” de la casa. Frente a la intemperie que es exterioridad plena, la casa sería céntrica intimidad. Frente a la desorientadora confusión de la intemperie, la casa sería espacio siempre comprensible. Ante la horizontalidad interminable o la espacialidad amorfa de la intemperie, la casa sería territorio siempre vertical y céntrico. Por eso, los símbolos utilizados por Carmen, árbol y casa sobre todo, nos retrotraen a una etapa mítica de la humanidad y del conocimiento, una etapa en la que los artistas eran magos que nos protegían y cuidaban.

El centro de la casa

vuela como el punto en la línea.

En tus pesadillas

llueve interminablemente.

José Lezama Lima

Espíritu aéreo I

El árbol: eje y estaca.

Silencio…, la Tierra va a dar a luz un árbol.
Vicente Huidobro.

Silencio y sosiego, el espíritu arbóreo quiebra el mármol, troquela el metal coagulado en la tierra, asciende regenera. El árbol, entendido como eje del mundo y como templo consagrado a la vida podría ser metáfora de la unión entre la naturaleza y hombre, el paisaje y la casa. Pero el hecho de que Carmen sitúe su nacimiento en la roca infértil, modifica sensiblemente ese simbolismo natural y tiene un claro efecto perturbador.

La experiencia estética herida por esta estaca imaginaria nos devuelve al dolor de la creación, al abismo de la existencia.

 

Y encontráis siempre el sonido del tiempo

entre las ramas de un pálido bosque,

 Pedro J. Miguel

                                                                                                                                                                

ANA  SANTOS  PAYÁN

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