«TEMPANOS DE TIEMPO» – Fotoencuentros 2004, Galería La Aurora (Murcia)

TÉMPANOS DE TIEMPO

Nosotros olvidamos al cuerpo, pero el cuerpo no nos olvida a

Nosotros. ¡Maldita memoria de los órganos!

 -E.M. CIORAN

        Habitar (en) un témpano de cuerpo. Helado. Un cuerpo tocado por el hielo. Fragmento cerrado. Cuerpo cerrado. Hielo cerrado.  Cuerpo cerrado en el hielo.

        Quedarse, permanecer, incluso en lo que fluye.

        Prácticamente el total de la obra de Carmen Baena se halla regida, de un modo u otro, por una idea capital, que, a decir de Michael Serres[1], constituye uno de los focos de tensión de la sociedad contemporánea: habitar. Un habitar observable tanto en su producción escultórica, formalmente emparentada con un postminimalismo lírico vinculado a ciertas evoluciones del land art, como en su trabajo sobre papel, que, con excepción de la fotografía- ahora en cuestión-, mantiene una línea de reflexión muy semejante a la llevada a cabo en la escultura. Habitar, por tanto, siempre habitar, o intentarlo. Buscar un lugar: la casa, el nido, el origen.

       Tal discurso- tal obsesión, cabría decir- en torno a este habitar, si se observa bien, parece partir, al menos, de dos nociones diferentes de dicho concepto. Dos concepciones que no son sino dos caras de la misma moneda.

       La primera de ellas estaría emparentada con una reflexión en torno al espacio en un sentido muy parecido al expresado por el filósofo francés gaston Bachelard a lo largo de su vasta obra[2]: el espacio interior de la casa, el nido, el escondite…lugares donde el cuerpo se queda, aguarda, espera, se aloja, se res-guarda—se guarda de la cosa (res). Lugares de permanencia, siempre para la demora. Se trata de un localizar-se, un encontrar-se,  claramente relacionado con la idea de origen. Y es que la casa es siempre en Baena un origen: un lugar para habitar y permanecer, es cierto, pero también un lugar para el reencuentro . Un lugar de llegada que, al mismo tiempo, es siempre un inicio. El sitio del retorno, el hogar al cual siempre se vuelve. Y, en este sentido, el lugar es espacio, pero también tiempo. Tiempo circular en el que toda llagada es origen… eterno retorno.

       La segunda concepción del habitar que es posible advertir en la producción de la escultora granadina se encuentra también vinculada con el pensamiento fenomenológico. Una concepción que parece obedecer al contradictorio—y paradójico—mandato heideggeriano de “ habitar la distancia”[3], cuya mise en oeuvre más palpable se puede observar en sus series—de esculturas y dibujos—tituladas “nómadas”: seres que “habitan” ese espacio quiasmático que separa y une dos lugares diferentes. Seres—se podría pensar—condenados a errar eternamente, a no permanecer ni quedarse. Seres para los que el lugar no existe, o, al menos, no como algo “localizado”. Y es que, para el nómada, el lugar, el hogar, no es algo geológico; su lugar es la distancia, el espacio / tiempo que dista/media entre dos lugares, como si eternamente cruzase un puente—lugar por excelencia del quiasmo—que no condujese a ningún lugar concreto. Y quizá su único lugar de permanencia fuese el cuerpo, el propio cuerpo: el cuerpo que (se) habita(en) la distancia.

        Habitar, por tanto, siempre habitar…incluso la distancia.

        Quedarse, aguardar, demorarse, permanecer… incluso en lo que fluye.

        La obra fotográfica de Baena, presentada en estos Témpanos de tiempo, más que constituir un ex – curso al resto de su producción escultórica, se erige como dis- curso y evolución lógica de ésta, como una síntesis en la que se da entrada a dos elementos que, si bien ya habían sido insinuados en trabajos pretéritos, ahora se hacen explícitos: el tiempo y el cuerpo. Al bachelardiano espacio poético del aire , el agua y los sueños se une ahora el espacio del tiempo: el espacio del cuerpo. El cuerpo del tiempo y el tiempo del cuerpo. Y al introducir estos elementos de reflexión, la obra de Baena se sitúa en el centro del discurso artístico contemporáneo, un discurso regido por la reflexión en torno a la problemática del tiempo, pero sobre todo del cuerpo.

        Fue Rosalind Krauss quien, a finales de los años setenta, observó que la escultura moderna, desde Rodin, se había caracterizado por una constante búsqueda de la temporalidad que, en algunos casos, como fue el minimalismo, se había hacho presente en una profunda reflexión en torno al concepto de tiempo[4].Una reflexión que también apunta al otro “lugar” por excelencia del arte actual : el cuerpo. Si bien es cierto que el cuerpo ha estado siempre presente en el arte como un elemento de primer orden, es necesario notar que, en el transcurso de los últimos cien años, y especialmente desde principios de la década de los sesenta, artistas y pensadores se han interrogado con especial intensidad acerca de la manera en la que el cuerpo había sido pintado y cómo éste había sido concebido. En palabras de Tracey Warr “ la idea de un “yo” dotado de una forma estable y finita ha sido, gradualmente, erosionada, haciéndose eco de los influyentes desarrollos que el siglo XX ha producido en los campos del psicoanálisis, la filosofía, la antropología, la medicina y la ciencia. Los artistas han investigado la temporalidad, la contingencia y la inestabilidad como cualidades inherentes de lo humano”[5].

        La obra fotográfica de Baena se encuentra en este mismo camino de reflexión. Un camino bastante destacado, afirmaremos con rotundidad, si nos atenemos a la sutileza y serenidad con la que tales cuestiones son abordadas aquí, tanto desde la vertiente estética—incuestionable, dotada de una pureza formal muy enraizada con la forma clásica, cerrada en sí, estable y equilibrada—como desde ladiscursiva—aguda, nada superficial y llena de matices e implicaciones que hacen que la obra no se agote en una primera lectura.

        Pero ¿Qué es un témpano?—cabría preguntar. Un fragmento—duro, absoluto, como todo fragmento—de tiempo. ¿ De tiempo detenido? Témpano de cuerpo, cabría decir. ¿De cuerpo detenido? De tiempo detenido en el cuerpo. Detenido en el modo que éste detiene de su devenir en las naturalezas muertas, utilizando el sentido que el término posee en la lengua inglesa: Still life.

        Vida detenida: témpanos de vida . Todo el tiempo concentrado en un pequeño trozo de hielo. En un témpano de cuerpo.

         Y aquí llega la paradoja: el cuerpo, elemento temporal por naturaleza, detenido—sitll life. Mas ¿cómo detener el fluir del tiempo, el fluir del cuerpo?

          La obra de Carmen Baena parte de esta dramática contradicción: decir lo indecible, capturar lo que fluye, detenerlo en su imposibilidad de detenimiento. Y algo así sólo es posible mediante una concepción vertical del tiempo, una concepción como la sostenida por Henri Bergson, el filósofo del tiempo, para  quien todo está escrito en todo, como en aquella Biblioteca de Babel en la que un solo libro contenía la clave de todo el universo.

           Para Bergson lo propio del ser es precisamente el tiempo, que dura, que pasa. Lo propio del ser es la duración: el ser dura en el tiempo. Pero el tiempo del que habla Bergson no es el tiempo de las ciencias, de las matemáticas, de los calendarios, no es el tiempo exterior, de los relojes, de los minutos y los segundos. Esto no es el tiempo, sino su imagen simbólica: un reloj por el que corren los segundos no es el tiempo, sino una codificación de éste, una representación. Porque el tiempo no se puede medir, ni analizar, ya que para medirlo tendríamos que pararlo, dividirlo en momentos, fragmentarlo…sacrificarlo. El tiempo del que habla Bergson es bien diferente. El tiempo real, el verdadero tiempo, el tiempo, se sitúa más allá de la apariencia o de ofrecerse al ojo, se encuentra en el interior, en la experiencia de lo vivido, en la conciencia de vida. El tiempo verdadero no es analizable, ni tampoco puede ser dividido, porque es un tiempo continuo, de una continuidad indivisible. Un tiempo interior, un tiempo de duración pura, sin contornos precisos, que se funde y se diluye en sí mismo.

            Un témpano de tiempo—un témpano de cuerpo—poseería, en sí, todo el fluir del universo concentrado, o lo que es lo mismo: vida detenida—dramática contradicción.

             El tiempo no se puede medir…no se puede decir. ¿Y el cuerpo? “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, decía Válery. “ Nadie sabe el tiempo de un cuerpo”, podremos escribir aquí. O mejor aún—siguiendo la lógica bergsoniana–: “Nadie sabe lo que dura un cuerpo”.

             Se trata del tiempo, sí, es cierto; pero también del espacio, del lugar. Porque el cuerpo, se podría decir, es un ahí, un “ser-el-ahí”, espacial, fluyente. Frente al Hoc est enim corpus meum—Este es Mi cuerpo; cuerpo sin espacio, siempre convocado, esperado, ausente–, alocución sobre la que, según Jean-Luc Nancy[6], se erige toda la cultura corporal de Occidente, los témpanos de Baena son, en cambio, cuerpos espaciales, más que nunca, cuerpos ex – puestos, ex –criptos, completamente habitables.

            ¿ Habitar en el cuerpo, dentro de él, cerrado y hacia fuera, o habitar con el cuerpo? Ahí estaría la clave. Carmen Baena parece quedarse con la última alternativa: habitar con el cuerpo.

Ser con el otro, más aún cuando ese otro es el origen, la tierra. Más que nunca, habitar con el otro, ser con el otro, cuando el otro es—y aquí sirve la enunciación de Félix Duque—la fresca—helada—ruina de la tierra.

           Su ser puesto en Obra. Su ser—su duración—detenido: still life.

           “ Y en el principio fue el cuerpo”, se podría escribir. Y el cuerpo fue rl origen. El origen del cuerpo. El cuerpo del origen.

           Pero ¿qué es el origen? Sin duda, no el principio. El origen es lo que, como una serpiente, se revela eternamente contra el tiempo. Todo tiempo es origen de sí mismo. Por tanto: el origen del cuerpo es el cuerpo mismo. Cuerpo que, aquí detenido, en cambio, sigue siendo cuerpo, tocado por el hielo, cuerpo frío, que siente. No es un cuerpo completamente in –tacto, apartado de la dimensión del tocar. Still life. Still touche.

           El cuerpo siente, el cuerpo es tocado. Tocado por el hielo. Por un hielo que es mucho más que simple agua solidificada. No es un agua cualquiera. Es aquella de los sueños a la que siempre se retorna…el agua se habitó y se habitará—que todos los días se habita. Agua del amnios: cuerpo amniótico. La casa original, la casa del origen.

           El cuerpo como habitación—del tiempo, de la tierra. Témpano de carne. Corteza que siente.

           In –tacto cuerpo con –tacto. Frio, helado, y, al mismo tiempo, cálido, pleno. Siempre presente. Cuerpo habitado, espacial…original en sí mismo: cuerpo –origen, cuerpo –casa, cuerpo –agua, pero también cuerpo –tiempo, cuerpo –espacio.

          O lo que es lo mismo: cuerpo –cuerpo.

Miguel Á. Hernández -Navarro

[1] Michael Serres: Atlas.Madrid: Cátedra, 2000

[2] Gaston Bachelard; El agua y los sueños. Mexico: Fondo de cultura Económica, 1989.

[3] Vid. Pier Aldo Rovatti: Abitare la distanza. Per un´etica del linguaggio. Milán: Feltrinelli, 1994.

[4] Rosalind Krauss: Pasajes de la escultura moderna. Una historia de la escultura de Rodin a Smithson. Madrid: Akal, 2001.

[5] WARR, T. “Preface”, en The Artist´s Body. Nueva York: Phaidon Press, 2001, p. 11.

[6] Jean-Luc Nancy: Corpus. Madrid: Arena Libros, 2003.

EN LA CAMARA ANECOICA

Para Carmen Baena

 

La sangre es lo que suena

Si apagamos la luz.

 

Todos buscáis en los huecos un trozo

Exacto de vacío.

Fabricáis pianos cojos y mellados,

undís  violonchelos en baldes de agua,

porque anheláis un tesoro de nada:

buscáis la materia prima del odio.

 

Pero se oye la sangre

Si apagamos la luz

 

Y encontráis siempre el sonido del tiempo

Entre las ramas de un pálido bosque,

Esas gotas de ira cayendo lentas

Desde los murmullos aburguesados,

Ese silbo lacerante del viento

Que os turba para que no me veáis.

 

Mirad dentro del círculo,

Estoy aquí, flotando

Desnuda, tranquila, lejos de todo,

En este témpano helado  y eterno.

 

Pedro J. Miguel

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