«Arbóreo» – Galería Bat Alberto Cornejo (Madrid) y Galería Val i 30 (Valencia)

RAÍCES AÉREAS

Aunque parece evidente, no se puede empezar un texto que hable de la obra de Carmen Baena sin hacer referencia a la constante iconográfica que la ha acompañado estos últimos años: la casa. Mi primera visita a su estudio hace tiempo, de hecho, me ha venido a la mente de forma constante mientras escribía estas líneas. Esta granadina , cuyo nacimiento en una cueva no es una mera anécdota, tenía entonces unas esculturitas de carácter orgánico y de apariencia muy frágil que simulaban habitáculos “ colgados” en lo alto; eran viviendas nómadas, precarias, sostenidas por unas débiles varetas que , en ocasiones y siempre siguiendo los engañosos cauces de mi memoria, Hacían equilibrios sobre ruedas.

La levedad de este trabajo contrasta de forma contundente con la obra actual que ha titulado Arbóreo. En toda evolución creativo existen elementos diferenciales que ponen en evidencia el paso del tiempo y los nuevos caminos elegidos, unos elementos que coexisten con argumentos que, como un poso, continúan apareciendo de forma persistente. Este elemento constante, que  nos es reconocible – cierto “aroma” habría dicho Eduardo Chillida- , puede ser programático, discursivo o una obsesión que funciona como palanca. No se pueden fijar veredas a la creatividad. Pero además está la materia. Bien lo sabían los pintores renacentistas cuando sus pinceles se vieron mojados en aceite. Y es  que las técnicas producen discursos…los materiales también.

En este trabajo de Carmen Baena, según creo ver, se aúnan los ingredientes que de forma un tanto abocetada y presurosa he citado. Un elemento, en este caso iconográfico, atraviesa su trabajo; se trata más bien de un ideograma, el de la casa, que se acompaña por otros, igualmente convenciones culturales que expresan una idea: la de naturaleza[1]. Sin embargo, el uso de otros ingredientes en la materialización de estas formas, de estas imágenes, las dota de unos contenidos radicalmente distintos a sus series previas. La materia es llevada al grado de significado- no hay forma o materia que carezca de varios a la vez, no hay forma ni materia vacía de pecado- y en este caso Carmen Baena maneja una materia que se ofrece muy cargada tanto históricamente: el mármol. La elección de esta piedra por parte de la artista fue, una cuestión que, partiendo de una memoria táctil que asomó de forma espontánea, me llamo poderosamente la atención y compartí con ella en su estudio.

Con algunas excepciones interesantes, en esta serie mantiene su tendencia a la verticalidad[2],sin embargo, frente a la fragilidad anterior, el mármol le confiere solidez, la satura de un peso empíricamente experimentado, produciéndose, por tanto, una tensión entre la gravedad de la materia y la levedad del discurso[3]; una tensión que parece querer dilatar la naturaleza de la materia y que tiene una larga tradición de ruptura en el arte contemporáneo- pensemos en Constantin Brancusi, Barbara Hepworth o el ya citado Eduardo Chillida-, y aunque no se ha encontrado en el mainstream de las manifestaciones creativas de los últimos treinta años, más dadas a la elección de materiales ultraleves y a una escultura “ en el campo expandido”- Krauss dixit-, tiene ejemplos interdisciplinares excepcionales en los casos de Louise Bourgeois o Giuseppe Pennone.[4]

Las casa de Carmen Baena siguen estando sobre algo, pero en este caso son raíces aéreas de mármol trabajadas de forma tosca, como se del capitel sobre una columna románica que aúna lo monstruoso, lo fantástico, la naturaleza y la cultura se tratara; se elevan sobre árboles dibujados con ácido en la piedra, fósiles como sólidos cimientos. Una casa que, en otras ocasiones, queda en el interior de una arquitectura de aroma arcaico- como una pirámide escalonada invertida de la vieja cultura maya- y que, en otras, aparece pendida de una superficie vertical, la pared, en una lectura que, más que conducirnos a la ingravidez, dota a la pieza de la segura sensación del colgamiento, de la suspensión.

Esto me conduce a otra de las cuestiones que , también de inmediato, parecen desvelar estas esculturas: la expresión de la idea de espiritualidad, de una meditación de carácter aconfesional, ajena a una religión concreta. Estas casas pesadas y a la vez ligeras, elevadas o colgadas y atravesadas por ramas, con ecos poéticos de la cabaña de Laugier, me sugieren una estabilidad y una protección que aparecen en los bastiones de las abadías medievales, en el aislamiento intrincado de los monasterios zen, en el secreto enterrado de las pirámides mayas, en las cuevas de los eremitas, en las columnas de los santos estilitas, en aquel bosque bienhechor y amparo de los demiurgos. Espacios miniaturizados y metafóricos los de Carmen Baena , que crean una nueva tensión, la de lo lleno en lo hueco. Hablan de una soledad y un retiro voluntario que empuja a la contemplación y a encontrarse a sí mismo en el vacío.se da esta opción, común a otros autores como James Lee Byars,Mona Hatoum. Antoni Tápies, Voth, Josep Ginestar o Wolfgang Laib de no renunciar en la contemporaneidad a la plasmación de un arte espiritual ajeno a los ritos preconcebidos, pautados y consensuados. Unas manifestaciones artísticas que son el reflejo de la empatía con el otro, con la naturaleza y con una renovada idea del misterio.

Carmen habló, al sacar a colación estas cuestiones, de la importancia de Gastón Bachelard  había tenido en la construcción de sus imágenes. Bachelard, en su libro La poética del espacio, centraba sus reflexiones precisamente en la casa como un “espacio feliz” y amado que protege de “ las fuerzas adversas”; un discurso que, desde una perspectiva laica, fusionaba las influencias del imaginario en Jung con la elaboración de figuras poéticas del espacio. El pensador francés afirmaba que “ el ser que se esconde, el ser que se centra en su concha, prepara una salida… las evasiones más dinámicas se efectúan a partir del ser comprimido”[5], lo que, ha sido interpretado en la obra de Carmen Baena como una metáfora de la casa” como segunda piel”. Una epidermis que cobija la carne y una carne que es mantenida en el aire o lejos del suelo por algo ajeno a ella misma, más que ser ingrávida o leve per se.

Y este concepto intenta ser materializado con los mínimos elementos posibles, con ideogramas que restringen la idea a la vez que la universalizan por consenso y que cuajan entre sí, por obra de esta artífice, como de forma natural. Diversos referentes, unos propios del ámbito de la naturaleza, otros provenientes de la cultura, que se convierten en algo uno que , gracias a las posibilidades expresivas de la imagen poética, puede seguir siendo todos esos referentes  a la vez.

[1] .La  naturaleza se representa a través de la idea del árbol, cuando no del árbol mismo-una ramita seca que se incluye en la obra- y que para Carmen Baena representa el Bosque de Nemi. Es la idea del árbol como dios, o como la casa que habita el dios.

[2] Algunas de las piezas que se cuelgan son de formato horizontal, no obstante la vertical se construye con la altura. Diferente es el caso de algunos mármoles horadados y cúbicos que guardan la imagen de la casa- Livela -o un arbolito-Axis mundi- en su interior; también la lectura es diversa en otras dos piezas de carácter narrativo en las que se formula una idea de paisaje más descriptiva. Un lugar en el mundo y Arborecer.

[3] .En las esculturas de parafina, grafito o madera, Casa de lluvia de las cuales hay algunas en esta exposición, se produce no obstante un discurso paralelo entre la materia y la levedad.

[4] . En el caso de este artista italiano tiene una serie de mármoles realizados en 2000, Anatomías, en  los que identifica las vetas de la piedra con las venas del sistema del sistema sanguíneo dando la sensación de una materia que palpita y, por tanto, un valor antropomorfo.

[5] Bachelard, Gastón. La poética del espacio. FCE, México, 1975, pp. 146-147

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